07 febrero 2007

Sonia

El domingo pasado, una vieja amiga dejó su vida en la carretera. Esta vez, la realidad dramática del tráfico nos dio una bofetada en la cara y en el corazón a quienes la conocimos. Una punzada de pena, de impotencia y de tantas cosas por decir y por sentir.

El tiempo había pasado lo suficiente para haber vuelto a acercar nuestras lejanas historias. Sin embargo, hacía años que no hablábamos. Quizá por eso ha dolido más, porque a pesar de algún correo y algún mensaje nunca volví a oír su voz desde algún día que precisamente no recuerdo. Cuántas veces pensé en llamarla. Ahora me lamento de mi estupidez por no haber oído su risa fresca una vez más. Por no haber marcado las nueve teclas que me separaban de ello y me acercarían a alguien a quien nunca olvidé porque nunca habría podido hacerlo. Porque fue una pequeña gran parte de mi vida. Con ella descubrí cosas nuevas, compartí en un mano a mano la inocencia del adolescente, puse amistades a prueba, reí los aciertos y lloré los errores, sufrí, quise, viví.

Un fuerte sentimiento nos distanció como nunca me distanció de nadie más. Nos volvimos a ver poco después pero era demasiado pronto. Ahora es demasiado tarde, aunque lo lleva siendo mucho tiempo. Gracias a un gran amigo con el que compartí y comparto penas y glorias, sé que era feliz, que amaba y que había conseguido por fin agarrar a la vida a su manera y vivirla con alegría.

Tengo mis lágrimas reprimidas por alguna extraña razón. No puedo llorar aunque quisiera. Mi vida me distrae estos días de hacerlo. Apago mi tristeza en abrazos que me da quien sabe arroparme sin palabras y hacerme olvidar lo malo. Aunque pasó tanto tiempo que no es la misma pena que pudo ser, porque el tiempo es traidor y tramposo.

Pero en esto le gano al tiempo, igual que le acabaste ganando tú. Porque nunca te olvidaré, amiga. Nunca.

No hay comentarios: