18 abril 2006

La lucha que es el mundo

"Germinal", de Émile Zola

La dicotomía que hace funcionar el planeta es la de trabajador y empresario. Los trabajadores siguen luchando por sus derechos día a día, parece mentira, después de siglos de fatigosa reivindicación de lo que justamente les corresponde. Es una trama compleja, mil veces analizada, protagonista de cantos, poemas, películas, novelas y, sobre todo, movimientos sociales, revueltas y revoluciones ocurridas a lo largo de los siglos hasta el día de hoy.

De forma natural, las cosas tienden a un equilibrio entre dos corrientes, entre dos opciones, entre dos posibilidades. Nos movemos siempre entre dos extremos, hagamos lo que hagamos, cuando nos pronunciamos, cuando observamos, cuando amamos y dejamos de amar. Caminamos por la entropía que nos rodea, mientras intentamos llegar a un acuerdo con nosotros mismos, alcanzar el balance que nos permita ser felices siendo, sin serlo, egoístas para con los demás.

Una parte importante de esa apacibilidad que deseamos es nuestro trabajo, aquello que podemos conseguir y mejorar mediante nuestras manos y nuestras mentes. No dependemos completamente de nosotros mismos en esa situación, casi nunca. Nos vigila el Gran Hermano empresarial, a veces dejando hacer, muchas otras generando, en mayor o menor manera, un movimiento de los que mueven las cosas para que éstas se muevan mejor.

Émile Zola escribió Germinal a finales del siglo XIX, una obra representativa de las desigualdades que seguimos observando hoy en día, sobre todo en los países en desarrollo. En los desarrollados, la lucha de clases y de sexos ha servido para llegar adonde hoy nos encontramos, a una sociedad todavía muy desigual pero que no permite los pasos hacia atrás (a menos que se los impongan). Sin embargo, todavía hoy hay que pelear por la justicia del trabajo, como han hecho recientemente los estudiantes franceses hasta evitar la entrada en vigor de una rocambolesca ley que permitía el despido libre de los trabajadores jóvenes en sus primeros dos años de empleo (¿Quién dijo inserción laboral?). En España, a pesar de la infame situación laboral de los jóvenes, de momento no decimos nada.

Zola describe en su novela la lucha por la dignidad de los trabajadores de las minas de carbón, en la Francia de mediados del XIX. Refleja con dura agudeza la desigualdad entre los paupérrimos trabajadores, tratando de sacar adelante a sus familias a base de interminables jornadas arriesgando sus vidas en la mina (derrumbamientos, explosiones, enfermedades) y los propietarios y (ya entonces) accionistas de la explotación, disfrutando de sus vidas busquesas a base de la miseria y muerte de los trabajadores. Narra el germen de la rebelión, la aparición de la rabia contenida tras años de escasez y opresión, y el desarrollo de la lucha a través de una bella crónica a favor de los desfavorecidos. Van unos extractos:

"Étienne estaba contemplándolo, y la sangre volvía a subir a su corazón. Si los obreros sufrían hambre, la Compañía gastaba sus millones. ¿Por qué había de ser ella la más fuerte en aquella guerra del trabajo contra el dinero? En cualquier caso, la victoria le costaría cara. Luego contarían sus cadáveres. Le dominaba de nuevo un furor de batalla, la necesidad feroz de acabar con la miseria, incluso al precio de la muerte. Daba igual que el poblado reventase de golpe si había que seguir reventando poco a poco de hambre y de injusticia (...)".

"Pensativo, el señor Grégorie miraba a aquella mujer y a aquellos críos lastimosos, con su carne de cera, su pelo descolorido, la degeneración que les impedía crecer, roídos por la anemia, y de una fealdad triste de muertos de hambre. Se había producido otro silencio y sólo se oía la hulla que ardía y soltaba un chorro de gas. La sala húmeda tenía ese aire pesado de bienestar con que se adormecen los rincones de la felicidad burguesa."

Blanco y negro. La historia de siempre: el empresario, en poder del dinero y las armas, explota para nunca sentirse satisfecho; mientras, los trabajadores no tienen con qué sentirse satisfechos. Porque no tienen nada.

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